viernes, 15 de abril de 2011

Ariadne

Naturalmente hilaste tu tela,
no lo notaste, pero me fui enredando en tus cabellos.
Salir... no podía, no quería, elegí ser enredado.
Desda cada uno de ellos había un llamado, un toque, un contacto leve.

Luego, flotaba, se extendía, cautivaba mi mirada
y el mundo desaparecía tras la cabellera
en un sentido, en otro, derecha, izquierda...
y el perfume que emanaba me embriagaba,
el tacto repetía lo que los ojos ya avisaban:
es una diosa que ha caído, no, sí, no...
Yo fui el caído, el que sucumbió para no volver a ponerse en pie,
al menos no si tú no lo pedías, si no lo susurraste en mi oído...

¡Qué importa ahora!, ahora que la araña ha envuelto mi cuerpo en la tela,
en sus encantos, en todo momento, sueños, esperanzas, deseos...
Ariadne, enseñas a miles de Penélopes a ser como tú,
ninguna lo ha logrado, ninguna ante mis ojos se compara, ninguna tiene tus cabellos y, en ellos, mi corazón envuelto.

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